Decir que no, pedir espacio o proteger tu tiempo no debería hacerte sentir mal. Pero para muchas personas, poner límites sigue siendo una de las tareas más difíciles.
Quizá te ocurre que dices que sí a todo, aunque por dentro no quieras, y acabas sintiéndote cansado, resentido o incluso invisible.

En este artículo te explicamos por qué nos cuesta tanto poner límites, qué son realmente y qué no son, y cómo empezar a practicarlos de forma sana y sostenible.

Por qué nos cuesta poner límites

Muchas personas tienen dificultades para marcar límites en su día a día. Y no es porque no sepan qué necesitan, sino porque han aprendido a priorizar a los demás por encima de sí mismos.

Las razones pueden ser varias:

  • Miedo al rechazo, al enfado o al conflicto.
  • Creencias aprendidas como “tengo que agradar”, “no debo molestar”, “siempre tengo que estar disponible”.
  • Confusión entre poner límites y ser egoísta.

Durante años hemos interiorizado que decir no decepciona a los demás, que pedir espacio es ser desagradecido y que proteger nuestro tiempo es un lujo. En realidad, es una necesidad básica.

Qué sí son los límites (y qué no)

🔹 Lo que sí son: Los límites son una forma de autocuidado. Una declaración clara de lo que está bien y lo que no para ti en una relación o situación.
Son un recordatorio de que tus necesidades son tan válidas como las de los demás.

🔹 Lo que no son: No son ataques, castigos ni manipulaciones. No buscan herir al otro, sino proteger tu bienestar. Tampoco son muros infranqueables. Puedes ser firme y, a la vez, empático.

Cómo empezar a poner límites

Empezar a poner límites requiere un proceso de aprendizaje y lleva su tiempo, pero es posible hacerlo. Aquí tienes algunos pasos para empezar:

  1. Detecta qué situaciones te incomodan. Tu malestar es una señal. Presta atención a las señales: tensión en el estómago, enfado, ganas de desaparecer… Tu malestar es una señal de que algo no encaja.
  2. Define qué necesitas. Es necesario que lo tengas claro antes de comunicar. Antes de hablar, aclara qué quieres y qué no. Si tú no lo tienes claro, será difícil explicarlo.
  3. Empieza por lo pequeño. No necesitas cambiar todo de golpe, es mejor que vayas poco a poco. No intentes cambiarlo todo a la vez. Practica primero en situaciones más sencillas, con personas con las que te sientas más seguro.
  4. Habla desde el «yo». Comunica de forma asertiva y empática. En lugar de acusar o justificarte en exceso, habla desde tu experiencia: “Necesito tiempo para pensarlo”, “ahora no puedo”, “prefiero no hacerlo”.
  5. Sostén el límite con firmeza y calma. A veces necesitarás repetirlo. A veces tendrás que repetirlo. No cedas a la primera por miedo al disgusto del otro. Sostén tu posición desde la tranquilidad.

Cuándo buscar ayuda profesional

Al principio es normal que aparezca culpa o incomodidad. Forma parte del proceso porque desafías creencias muy antiguas. Recuerda: cuidar de ti no te convierte en egoísta. Al contrario, te permite ser más auténtico y estar mejor para los demás.

Si poner límites te genera ansiedad, culpa o te resulta imposible, la terapia puede ayudarte a trabajar en ello desde tus propias vivencias.

¿Quieres aprender a poner límites sin culpa? Podemos trabajarlo en terapia. Escríbeme o agenda tu cita aquí.